lunes, 7 de julio de 2008

Trilogía del delirio amoroso



"Escribes ¿para quién escribes?
Escribes para los muertos, para aquellos que amas en el pasado.
¿Me leerán, pues?
No".

I-La voz humana

Ah, sos vos. No, está bien, no te preocupes. (Sólo a una perra como vos se le ocurre llamar a estas horas. Sabía que eras vos porque estaba soñando que venías a verme. Tocabas el timbre y yo no podía levantarme porque estaba dormido. El cuerpo no me respondía, hacía mucha fuerza pero nada. Me duele la mandíbula de tanta fuerza que hice. Dejame pensar, a ver, sí. Tenías el pelo largo hasta la cintura; yo quería peinarte y vos, para hacerte desear, te lo recogías y, después, cuando te miraba la nuca, la nuca de cuello largo que tenés, te lo volvías a soltar. Me duele el cuello de tanta fuerza que hice.)

No, no dormía. (No te voy a decir que dormía, a ver si todavía pensás que sólo duermo y cago como vos. Pero sí, estaba durmiendo; y aunque soñaba que estaba despierto sabía que había sido poseído por el sueño. Finalmente me levantaba pero con los ojos cerrados. En realidad, los ojos los tenía abiertos; el problema eran los párpados, pesados como persianas de hierro. Me levantaba y caminaba hacia el portero eléctrico chocándome con todo lo que había alrededor, como en el gallito ciego.)

Estaba terminando unos informes para el laboratorio. Pero, no te preocupes, no me molestás. (Después aparecíamos en el laboratorio de Azcuénaga. Le dabas de comer a los peces que están en la recepción. No, entonces era en el de Córdoba. El laboratorio de Azcuénaga no tiene pecera).

Qué voz tenés. (Voz de mal dormida o de maltrato. Seguro me vas a pedir que vaya a buscarte. Pero olvidate, nena, hoy no.)

¿Cómo estás? (Mal o aburrida si no, no me llamarías. Pero sabés algo, yo no soy tu bufón. A mí me gusta verte alegre y que te rías a carcajadas como cuando me pediste que me ponga esas medias largas tuyas y que baile como un mariposón. Yo me reía de vos riéndote de esa manera y me salía mal el bailecito, ¿te acordás? Te reías tanto que te dolía la panza.)

¿Qué te pasó? Lo llamaste y te atendió el contestador. (Cuando atiende el contestador es porque está con otra. A medio vestir, te tomaste un taxi y le tocaste el timbre hasta que abrió. Estaba con María o con la hermana de Augusto. Te hizo pasar para que te calmaras. Primero, te sentó en el sillón y te dio un vaso de agua. Si estaba con María, te dio merca y te hizo pasar al cuarto. Si estaba con la hermana de Augusto, le dio la merca a ella y la rajó a patadas. O, abrió una botella de whisky y le pidió que te maquillara, que te quitara las ojeras de nena caprichosa. O, tal vez...)

¿Cómo? Sí, sí, te estoy escuchando, dale. ¿Entonces?, ¿fuiste o no fuiste? (O, te quedaste en el molde como la señorita que sos, te miraste en el espejo y te deprimiste porque te diste cuenta de que estas consumida por los nervios, de que el poco culo que tenés se te está cayendo y que no te coge porque no tiene de donde agarrarte.)

Pero ¿al final? ¿fuiste o no fuiste? (¿O te fuiste al mazo y le echaste la culpa a tu suerte de que el único boludo que atiende el teléfono a esta hora pueda ser yo?)

Ah. Te llamó él antes. (Para que no vayas, porque te conoce; sabe la que le espera. Y vos, te pusiste a gritarle como una loca, con esa voz de chicharra que ponés cuando llorás por teléfono; y le decís que lo extrañas y que lo perdonás por todo. Y él, insensible como siempre, primero aleja el tubo del teléfono para que no lo aturdas y después se lo apoya en el hombro para poder encender un cigarrillo. Porque, también, con una mujer como vos, hay que tener mucha paciencia. )

Sí. Volví a fumar, dale seguí. ¿qué más te dijo? (En el sueño le dabas de comer a los peces y yo te miraba la nuca, te miraba el lunar que tenés en la nuca, ése que siempre me da ganas de metérmelo entre los dientes y de succionártelo hasta que los dientes se me tiñan de azul, porque tu sangre seguro es azul como el agua de la pecera del laboratorio.)

Sí, conozco San Pablo muy bien, pero no sé decirte de ese hotel. (¿O, sí lo conozco? En el invierno del `85. Claro, estaba con Sandra y como no quedaban habitaciones dobles nos fuimos al Intercontinental. Pagamos el triple pero en el desayuno servían copa de camarones. Estaba con Sandra pero yo pensaba en vos.)

A mí me parece que no tenés que ir. Que te va a hacer el mismo cuento de siempre. Primero te llena de flores y después deja que te pudras con ellas. (Ni lo pienses, no voy a dejar que te vayas tan lejos. Vos te quedás acá, con o sin él, Te quedás acá, porque acá estoy yo. No te puedo prometer un viaje pero tampoco voy a dejar que te pudras como la carne de Perú, que si no la comés en el día larga un olor que no se aguanta. Vos, nena, te quedás acá.)

Quiero decir, te vas a aburrir. Te la vas a pasar encerrada en el cuarto, que puede ser muy cómodo pero... ¿encerrada hasta que se acabe el día y termines en alguna casa de juego, parada a sus espaldas mientras hace negocios jugando al backgamon? (Y, mirándole el culo a la primer pendeja que le pase cerca. Porque tu culo no le gusta. Y ¿sabés algo?, a mí tampoco me gusta tu culo. ¿Me escuchás? ¡A mí tampoco me gusta tu culo! Te digo que me gusta para que te quedes conmigo. Te digo eso porque es lo que querés escuchar. Pero, sabés algo, tenés culo de vieja decadente, como esas mujeres de las pinturas de Egon Schiele.)

Mmm, eso tenés que decidirlo vos. Si te parece que esta vez va a ser distinto, que es un viaje para estar juntos... (No ves tonta que te dice eso porque es lo que querés escuchar. Para que no lo llames a cualquier hora de la madrugada, para que lo dejes en paz. Seguro que no existe ningún viaje.)

Eso sí me sorprende. (A vos seguro que no. Siempre tan negadora. Pero claro, cómo te va a sorprender si yo dejé todo. Estás mal acostumbrada.)

Y entonces, ¿por qué te angustiás? ¿Le creés o no le creés? (Gata Flora. Y cuando llorás venís corriendo a mi casa, como en el sueño, y me pedís que te lleve a ver los peces y que te bese la nuca y después el lunar, y que te succione los ojos hasta que el agua de la pecera se tiña de rojo, porque aunque tenga los ojos cerrados yo sé que tus lágrimas son de sangre, son de dolor.)

¿Por mí? ¿Y qué tengo que ver yo en todo esto? (No te digo, gata Flora. Resulta que gritás por él y llorás por mí. Pero ya te dije que a mí me gusta verte alegre. Y sé que aunque tenga los ojos cerrados si no te vas a San Pablo voy a escuchar tu llanto de chicharra y voy a dejar todo para salir corriendo en el medio de la noche a buscarte. Laura, no te vayas. Quedate conmigo.)

Laura, no te preocupes por mí. Voy a estar bien. (Laura quedate conmigo. No te vayas a San Pablo. Voy a comprarte una pecera gigante y miles de peces de colores. ¿Me escuchás? ¡Una pecera gigante!)

No, Laura. Tal vez esto sea mejor para los dos. Ya no nos necesitamos. (Laura, te necesito. No te vayas. Laura, escuchame, tal vez llorar juntos sea mejor para los dos.)

No, no me voy a olvidar de vos. (No me quiero olvidar de vos. Laura si te vas me voy a volver loco. ¿Me escuchás? ¡Loco!)

No, Laura. No es necesario que me llames. (No me llames, escuchame ahora. ¿Me escuchás?)

Chau, Laura. (Laura, no cortes todavía. ¿Me escuchás? Tengo cosas que decirte.¡¿Me escuchás, Laura?!)



II- El bastardo


Algunos piensan que mi mamá estaba loca. La semana pasada recibí una carta del abuelo, dice que dejó un paquete para mí. Doce cartas. Ella decía que se sentía sola. Tal vez la soledad sea una especie de locura, y entonces yo también esté un poco loco, no sé. Dice que es importante, que en las cartas habla de nosotros, de la madre y el hijo. Doce cartas. Una por cada año desde que me fui, una por cada madre que nunca tuve.

Algunos piensan que mi mamá estaba loca. Que yo no me daba cuenta porque era muy chico. Dicen que cuando nací no dejaba que nadie salvo ella me tuviera en brazos. Me quería siempre a su lado, de acá para allá siempre juntos por miedo a que algo me pasara.
La de la panadería le había dicho, es una pena que este nene no vaya al jardín de infantes, tan pegadito que es a la mamá... No le vendría nada mal conocer chicos de su edad. Pero mamá no quería. Decía que todavía era muy chico. Mire al Rodrigo, decía la de la panadería, hace seis meses que me tiene ahí, dentro del aula; que no quiere dice, y no hay vuelta que darle. Si viera los otros chicos; los acostumbran bien en el jardín; calladitos, respetuosos, de lindo se portan.
Mamá le decía todo que sí pero después en casa decía que no quería mandarme al colegio. Para qué iba a mandarme al colegio si ella podía enseñarme todo y mucho más. Todas las mañanas, mientras me preparaba el desayuno hablábamos en francés. Ella decía que cuando supiera bien el francés, venderíamos todo y nos mudaríamos a París. El abuelo quería que entrara al Liceo, pero mamá decía que el Liceo no era lo que fue. Decía que todos esos profesores eran la resaca de Toulouse; y Mamá odiaba el acento del sur. El acento del sur no es tan lindo ni elegante como el de París, dijo una vez a la salida del cine. El abuelo dice que en las cartas habla mucho de París.

Los primeros años en París fueron los mejores. Mamá tenía un buen trabajo y podíamos darnos todos los gustos. Los sábados a la tarde íbamos al teatro y después a cenar siempre a un restauran distinto. Visitamos todos los museos y todos esos parques llenos de flores. A fin de mes íbamos de compras. Eso era lo que más nos gustaba. Entrábamos a negocios carísimos. Mamá se probaba trajecitos y vestidos de fiesta, y fingiendo que no nos convencían por una u otra cosa nunca comprábamos nada. Los locales de liquidación eran mis favoritos. Pasábamos horas ahí adentro. Mamá se probaba ropa ridícula y yo jugaba a sacarle fotos como si fuera una modelo. La mujer que atendía la miraba como si fuera una loca, pero para mi no estaba loca. Muy divertida y muy linda era mi mamá: alta, delgada y con el pelo largo hasta la cintura. Ella siempre se lo quería cortar y yo le rogaba que no lo hiciera. Cada vez que lo insinuaba apenas, yo la amenazaba con dejar de quererla si se lo cortaba. La nariz mucho no me gustaba. Nunca se lo dije. Lo más lindo eran sus ojos, grandes. El color medio indefinido, marrones, pero a veces me parecían amarillos. En las fotos, los días de mucho sol, le salían verdes, igualitos a los del abuelo. Tanto nos divertíamos que dejamos de esforzarnos por buscar un novio para ella y papá para mí. La gente en París es muy cerrada, decía mamá, vos sos mi hombre. Entonces, los sábados a la noche nos quedábamos en casa jugando al “Quién es Quién” y si le ganaba me dejaba pasarme a su cama sin lavarme los dientes. No sé si dirá algo de eso en las cartas, era nuestro secreto.
Al principio, con la excusa de la mudanza, los trámites de residencia y las traducciones, pasábamos todo el día juntos. Ella siempre se levantaba antes que yo. Qué bronca al despertarme. Quiero levantarme con vos, le decía. Chiquito, mamá tiene que trabajar, me decía, y yo me quedaba un rato más en la cama. Se sentaba frente a la máquina y no paraba de tipear hasta a media mañana, momento en el que interrumpía su trabajo para prepararme el desayuno y empezar con las clases de francés. Después del almuerzo, ella seguía con su trabajo y yo me entretenía con alguno de esos libritos para pintar o armando rompecabezas. A la tarde me llevaba a los juegos de la plaza Sainte Anne. Mamá se sentaba en un banco a leer o a tomar sol. A veces no hacía nada. La recuerdo sentada, cruzada de piernas, con el tapado negro y los anteojos de sol, yo la saludaba de lejos para ver si me estaba mirando. Siempre me devolvía el saludo. Una vez, justo antes de tirarme por el tobogán, la vi charlando con un hombre. Se reía mi mamá con el hombre. Varias veces la vi charlar con ese hombre en el parque mientras jugaba. Después, no lo volvimos a encontrar más.

En París tuve que ir a la escuela. Mamá empezó a trabajar en el museo y no tenía con quien dejarme a la tarde. Me gustaba ir a la escuela. Lo que no me gustaba era la maestra. A mamá tampoco. Decía que le parecía un poco tonta. Igual yo sabía todo. La de música sí me gustaba. Me prestaba el triángulo mientras ella tocaba el piano. Una vez le canté una canción que me había enseñado mamá y los chicos se rieron pero ella no.
En fútbol era el mejor. Corría rapidísimo. Cuando entré en el equipo, mamá tuvo que comprarme la camiseta y los botines; pero no me dejaba usarlos para ir a la escuela; pero para ir a los cumpleaños sí. Patrick citó a mamá para hablar. Le dijo lo del torneo. Una vez que mamá no podía ir a buscarme a la escuela, vino él en el auto. Pasamos por el trabajo de mamá y fuimos a cenar. Después fuimos a los juegos electrónicos. Mamá se enojó conmigo porque yo le pedí un helado, pero él me lo compró igual. Yo le quería pedir a mamá que se casara con Patrick. Sabía de trampas para pájaros y además era parisino, no como el otro de la provincia; mamá decía que no sabía ni hacer la lista del supermercado.
En el verano nos fuimos a la playa. Yo le quería contar a los chicos que fuimos con el Prof. Patrick, pero mamá no me dejó. Dijo que era un secreto entre los tres. Cuando volvimos de las vacaciones mamá no me dejaba atender el teléfono. Y yo, que tenía miedo de que fuera Patrick y creyera que no estábamos. Mamá dijo que así era mejor. Tal vez ni lo nombre a Patrick en las cartas. El abuelo dice que en las cartas habla de unas fotos. Cuántas fotos que sacamos en París. Para mi cumpleaños de doce me regaló la cámara. Ella me retaba porque a mí no me gustaba sacarle a los paisajes. Decía que todas las fotos que sacaba eran iguales. A ella le parecían iguales porque en todas estaba su cara: perfil, medio perfil, fumando, sería con cara de mala, sonriendo con anteojos de sol. Cada vez que miraba por el lente le descubría algo nuevo, como la cicatriz que le atravesaba la ceja y no le dejaba crecer el pelo.

Cuando nos mudamos a los suburbios todo empezó a ir de mal en peor. Nos mudamos a una casa más grande, con parque y una habitación para cada uno. Yo tuve que empezar el bachiller. Cada vez pasábamos menos tiempo juntos. Ella llegaba cansada del trabajo y de tanto manejar, y se iba derechito a descansar. Yo me arrodillaba al lado de la cama y la ponía al tanto de las novedades hasta que se quedaba dormida. A veces llegaba para la cena pero otras se iba con Nicola, el dueño de la galería, y llegaba a la madrugada.
Yo ya no necesitaba tener papá; pero ella decía que se sentía sola. El abuelo dice que todos piensan que mi mamá estaba loca, pero ella decía que se sentía sola. Decía que ya me estaba haciendo grande y que cuando decidiera casarme, “en una casa tan grande, sola”. Yo no me voy casar, le dije, vos sos mi mujer. Se sonrío y me dio un beso en la frente. No me devolvió el cumplido.

Al poco tiempo empecé a salir con una compañera del colegio. No le gustaba nada esa chica a mamá. “Muy confianzuda y un poco obsecuente para mi gusto”, decía. Todas mis novias se esforzaban por caerle bien a mamá. Qué estúpidas. En la mesa, no podía aguantarlas, con esos modales de francesitas... Siempre se ofrecían a lavar los platos y yo sólo quería cogerlas. Finalmente, me las cogía. A Celine le mostré las fotos que le había sacado a mi mamá desnuda sin que se diera cuenta. Una tarde de verano, había salido de ducharse en bata, se recostó sobre la cama y se quedó dormida. Entré al cuarto despacito y sin que se diera cuenta solté el lazó que unía los extremos de la bata. La luz que entraba por las ranuras de la persiana se esparció por el cuerpo desnudo y recién humectado con crema. El hombro izquierdo había quedado al descubierto y una teta enorme asomando. Celine dijo que le gustaron las fotos, pero nunca quiso confesar que la excitaron. No llegamos ni a la mitad del rollo y ya me la estaba chupando. Y eso que no le mostré las de mamá y Nicola. Esas sí que eran saladas. Me hice mil pajas. No creo que mamá se refiera a esas fotos en las cartas. A mamá no le importaba nada cuando estaba con Nicola. Yo me daba cuenta que estaba caliente; se ponía esa camisa que se le veían todas las tetas, no paraba de tomar vino y hablaba en doble sentido. Hasta yo me calentaba cuando se ponía esa camisa. Pero me daba bronca igual, mamá se merecía algo mejor.

El abuelo dice que tal vez sea importante leer las cartas. Dice que habla de nosotros, de mí y de ella antes de que me fuera. No sé si será bueno saber lo que pensaba mamá de nosotros en el último tiempo. Yo estaba cansado, de mí y de ella, estaba cansado en el último tiempo. Me la pasaba todo el día dando vueltas por la casa sin saber qué hacer. A la universidad no fui y tampoco tenía que trabajar. Saltaba de la cama después del mediodía para atender la llamada diaria de mamá con voz de recién despierto. Durante la tarde me las ingeniaba para hacer alguna actividad como para poder rendirle cuenta de mi tiempo. Mamá se preocupaba mucho por mi futuro. Pero yo no podía pensar en eso. Las cosas entre ella y yo se estaban poniendo cada vez más difíciles. Además, como de costumbre, éramos tres. Mamá invitó a Jean Paul a que viviera con nosotros sin consultarme. Siempre tan espontánea mi mamá en sus decisiones. Una vez más quiso convencerme de que era una buena idea para los dos. Para cubrir los gastos de la casa, me dijo; para que duerma con vos todas las noches, quise decirle, ¿o acaso Paul iba a dormir en mi habitación?. No me resultó fácil ocultarle cuanto me en fastidió aquella vez su exceso de espontaneidad. Me vi tentado a hacérselo notar, pero no lo hice. Mamá jugaba a enamorarse cada dos meses. No es que Jean Paul fuera un mal tipo, era uno más. Además, no faltaba tanto para que mamá empezara a detestarlo, y la convivencia aceleraría las cosas. Pero, ¿para qué repetir la misma situación una y otra vez? Si no hacía algo me iba a volver loco. No sé que habrá pensado mamá de todo lo que hice. Tal vez algo diga en las cartas. No lo sé. Dicen que estaba loca, tal vez los dos estábamos locos, solos y locos.


III- La madre
Sí, soy yo. Estoy vieja y sucia. ¿Cómo me reconociste? Vení, sentate. Estás grande, ¿eh? Alta, delgada, linda. Estás hecha toda una mujer. Vos sabés que ya ni me acuerdo cuándo fue la última vez que te vi. Eras chiquita, tendrías… Qué sé yo cuántos años pasaron. ¿Y tu papá? ¿Y el más chico, cómo se llamaba? Un delincuente debe ser ése. El que a veces pasa por acá es tu marido. Rico chico. Alto, grande, lindo. Parece un ejecutivo. Siempre estoy tentada de preguntarle por ustedes, pero qué sé yo, me da no se qué.
Rajá de acá, ¿querés? No te das cuenta que estoy ocupada con la señora. Vos no le des bolilla, es un viejo borracho. Vení, contame. Y tu papá, ¿cómo anda? ¿Y tu hermanito, el que sufría de asma? ¿Yo?, nada, acá andamos. Por ahí, mañana me voy, me mudo. Pero no sé, vamos a ver. Algo va a salir, qué sé yo…
La otra vez ese viejo me quería pegar con un palo. Pero los chicos que duermen en la galería de la otra cuadra lo echaron a patadas, y el más chiquito se tuvo que quedar conmigo toda la noche. Andaba por acá hace un rato. ¿Dónde está? A ver... ¡Polaco! Pará que le pregunto al Polaco y te lo muestro, se parece a Arielito. ¡Polaco! Bueno, no importa. No viene nunca Arielito, debe andar con el padre. Qué lindo que vos estés acá. Cuántos años, ¿no?
La gente nos mira, ¿viste? ¡Qué miran! ¡Envidiosos! Les da envidia que estés hablando conmigo. Una mujer con la vieja loca, una mujer con todas las letras. Y ¿vos? Pobrecita, tan chiquita y siempre con ése asma. ¿Viste? Yo te lo curé. A tu hermano no se lo pude curar pero a vos sí. Seguí todos los consejos que me dio el cura Carlos. Ahora se te ve bien, rosadita la piel. Si vieras cuando te agarraban esos ataques, verde de pálida te ponías, qué susto. Ligerito a lo del cura Carlos, ¿te acordás? Alto, joven, buen mozo era. ¿Y María? ¿La ves? Ella estaba enamorada del cura. Qué cosa, enamorarse de un cura. Cuánto tiempo, cuántos recuerdos...
Yo pensé que ya no te iba a volver a encontrar. Me hacés acordar a mí cuando era joven, de linda era. Me decían que me parecía una actriz de cine. Por la piel, de porcelana, como la tuya. Y por el pelo. Mi hermana me hacía unos peinados... Ahora lo tengo todo feo, opaco, pero bueh, qué va a ser.
¿Y vos? Contáme, dale. ¿Pudiste terminar la escuela? Pobre tu papá, lo que luchó con ustedes… ¿Y María? Me acuerdo seguido de María porque a la vuelta hay una chica que se le parece mucho. Anda siempre de negro, misteriosa como era ella, ¿te acordás? Todos le andaban atrás, pero ella nada, siempre con el cura de acá para allá.
El cura Carlos. De todo sabía. Menos remedios y más amor. A esa chica le falta atención, necesita una madre. Pero más que una madre yo era como una abuela. Todos los gustos te daba. En cada quiosco me hacías parar; y todo de mi bolsillo porque no le podía decir a tu papá que...
Ay, chiquita, eras tan chiquita. Parece mentira. Pará qué llamo al Polaco. ¡Polaco! Mirá quién vino. Vení que te la voy a presentar. Esta es mi hija, Polaco. ¿Viste? Yo te dije. Me vino a buscar, me lleva a vivir con ella. Yo le hablé mucho de vos al Polaco. ¿No, Polaco? De vos y de tu papá. Y, decime, ¿cómo anda tu papá? Muy buen mozo era tu papá. Alto, grande, elegante. Siempre arreglado. Yo le almidonaba las camisas y parecía un ejecutivo. No como estos villeros, roñosos.
Escúchame nena, ¿te casaste? ¿Tenés chicos? ¿Tres? ¡Aaah, qué alegría! ¿Cómo se llama la más chiquita? No, no sé. No me imagino. No, no me digas. ¿En serio? pero, qué sorpresa. Qué honor. Porque eso es un honor para mí. Me hiciste emocionar. ¡Viste, Polaco! ¿Qué edad tiene? ¿Y, se parece a vos? Qué linda, me gustaría conocerla. Cuántos recuerdos...
Vos sabés que con la cosa de que no nos veíamos me olvidé, me fui olvidando. Tantas cosas pasaron, qué tragedia. No, no te pongas a llorar que me vas hacer poner mal a mí. No, no es que me olvidé. Qué sé yo, no me di cuenta. Ay, nena, eras una nena. Ahora sos una mujer. Sentate más acá que te vas a ensuciar el trajecito.
¿Otra vez vos? Dejanos tranquilas, que estamos conversando. No ves que estoy con la señora. Salí de acá o voy a llamar al Polaco. Vení, nena, quedate tranquila, no le tengas miedo. Si estás conmigo nunca te va a pasar nada.
Y vos vijo roñoso, no te acerques a mi hija. Esperá, nena, no te vayas. Voy a llamar al Polaco. ¡Polaco! Lleváte al viejo que asusta a la señora. No te vayas nena, quedate un ratito más. ¡Por favor! Viejo borracho. Asustaste a la nena. Te voy a matar. Cuando vengan los chicos les voy a contar lo que hiciste. Envidioso. Te voy a matar a palos. Ahora va a venir mi hija con el marido y me van a llevar a vivir con ellos y vos te vas a quedar solo. ¿Me escuchaste? Solo. Viejo roñoso. Ya vas a ver, ahora viene mi hija y mi yerno y me mando a mudar.

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