lunes, 7 de julio de 2008

MALA JUNTA I: Negro al 22

Ayer, a las nueve de la noche, llamé al Negro y ya estaba durmiendo. Yo quería joda, por lo tanto cómplices. Había hablado con Diego, con Coni-cons, y pensé, falta el niguer, el más negrete del grupo. Al día siguiente había que ir a trabajar, era cierto, pero como los chicos enseguida se habían copado, pensé, más sí, yo lo llamó igual.
Me atendió Sebastián, con su voz de galán, de seseo intermolar kirchnereano, inconfundible.
No, el Negro ya está durmiendo.
Cualquiera, pensé, esto es cualquiera. Con esta noche de calor, yo sólo pienso en alcohol, y el negro, ¿ya está durmiendo? A Diego ni le conté, para que no se afofara desde el vamos, para que no me dijera, visteeee, te dije que el niguer no iba a venir, y entonces empezara a caer la noche con una discusión de payasos amigos aburridos.
Yo quería aunque sea llegar hasta el final, y bueno, después sí, pensar, qué garrón, todo me da igual. Pero todo ya estaba cagado desde hacía un rato antes, diez minutos antes de de que yo llegara, me dijo Cons, sonó el celular y... Cosas del amor. Diego estaba enojado y llorón, y yo en plan: usar mi nuevo pantalón, negro también, re lindo-lindo. Me había re inspirado la compra, en el espejo me corté el pelo, entre llamada y llamada me pinté las uñas, las cejas, los ojos y los labios mamarracheados de rojo, y, después de mil años de no usarlo, mi brazalete de star.
Estar al pedo un rato, eso quería. Tomar una cerveza y reírme un poco, hacer chistes malos y molestar a Diego para hacer reír a Constanza. Y a Diego también. A él le encanta hacernos reir con su seriedad vehemente. Pero ayer "el horno no estaba para bollos".
Con Coni-cons todo fue más fácil, y le pareció bien que le insistiera al Negro y casi igual a qué restaurant ir. En el teléfono Cons había propuesto parrillita, yo gente joven, y Diego no elegir.
Inspirados tal vez en el silencio dormilón del más oscurito de nuestros amigos le apostamos al Negro el 22, una parrilla que queda en la calle Fitz Roy (parece que hay otra, una sucursal en no se dónde). En el auto, después del segundo llamado de la chica, Diego sólo ocupó el lugar del conductor. Hasta que de imprevisto estacionó y dijo, sincero, triste y tajante: Che, yo no puedo, me voy. A Cons y a mí no nos quedó otra que aceptar.
Elegimos una mesa afuera y, esto fue re loco: enseguida empezó a refrescar, y yo, por culpa de que "la moda no incomoda", no me había llevado ningún abrigo. Porque el agite venía motivado por el efecto "sueño de una noche de verano" a fines de un abril otoñal. Pero antes de las once se deshizo la ilusión, y, aunque era el obvio que el frío iba a ser cada vez mayor, insistí en comer en la calle igual.
Cuando el mozo llegó con nuestro pedido me di cuenta que la noche venía de derroche. (Empezando porque había tomado un taxi para llegar). No supimos si fue el vacío el que venía de derroche o la ausencia de nuestros amigos que se expandía en la carne. Sea lo que fuere, lo acompañamos con papas fritas, para darle vida a lo magro de ese vacío enorme, que hambrientas ni entre dos supimos liquidar.
Al final, nos fuimos caminando por Córdoba hasta Pringles. Corría un viento de rambla que me hizo pensar en un havana, pero era cualquiera, y Cons me prestó su saquito por unas cuadras.
En el camino me trabajé a Cons para que me acompañara al Pachamama. Era jueves, lectura de poesía. Pero no. Dale, un ratito. No, mañana tengo que levantarme temprano. Daale. Ok. Un pucho y me voy.
Cuando llegamos, un bajón, Ricagno ya había leído. Me tomé dos gintonic que me preparó el de la barra: un hippie bombón, que les gusta a todas las chicas. Simón, se llama, encima.
Cons se la re bancó. Como tres puchos se fumó antes de abandonarme. Yo me quedé un rato más. Me quise hacer la bohemia, la nocturna, la rarita. Pero al toque me sentí incomoda, los hippies, borrachos, siempre me incomodan. Cero en percepción, cero en discreción, no me dejaban disfrutar de mi personaje de chica audaz.
Pasadas las tres de la mañana, decidí volver a mi casa. En taxi, otra vez. El tachero me preguntó si salía de trabajar, y le dije que sí. No tenía ganas de hablar. Si trabajaba por ahí, en Palermo, me insistió. Sí, le dije otra vez escueta. ¿En un bar? Sí. ¿Todos los días? No, los feriados trabajo en San Telmo. Sos una chica trabajadora. Sí, muy trabajadora.

No hay comentarios: