lunes, 25 de enero de 2010

IV- Hotel Arcangel

Visto de abajo hacia arriba, en la planta baja, la recepción. Airton sentado de rodillas en la mesa de la computadora. “Es que no puedo vencer a mi archi enemigo, ¿quieres ver?”. Tiene una vocecita hermosa. Javi no está casi nunca porque administra otro hotel, pasando la terminal. Todo hay que charlarlo con Soni, su esposa. Últimamente, como acaba de tener otro niño, hay que lidear con las “monguis”, dos pibitas bastante inútiles, una más que la otra, que también limpian las habitaciones y lavan la ropa. La más pendeja tiene la costumbre de escuchar música a todo volumen con el celular mientras pasa la aspiradora a las ocho de la mañana. Ana, la más grande, siempre hace todo mal, Soni se la pasa llamandola a los gritos: ¡Anaaaa, vení para acá!

Esta semana se sumó a la troup Luis, el primo, un niño macanudo de no más de once años que ayuda más que las otras dos mamertas juntas.


El bebé de Soni y Javi nació hace diez días y todavía no tiene nombre. Soni dejó el tema en manos de Javi, y durante unos días se corrió la bola de que se iba a llamar Maclaren. Cualquiera. Nosotros le regalamos una lista de cincuenta nombres comunes pero a Javi no lo le gustó ninguno. De la a, a la z, mari eligió la “e” de Emilio, yo la “f” de Facundo, Bruno la “j” de Julián.


En el primer piso está “Nacho´s billar”, una especie de boite con pista y bola de espejos, barra y muebles tapizados en cuero azul eléctrico, y piso alfombrado del mismo color. Ni una sola ventana. Un lugar en el que siempre es de noche y los clientes son los mismos desde hace años. En la época que lo administraba Javi, organizamos la primer fecha linda linda en La Paz, junto a Cuerda rea, un trío de guitarras que tocaban tango. Primera noche de Marichi en La Paz, última de Marilina en Bolivia. Los tangueros se encargaron del pollo, y Marilina y yo le pidimos a Javi que por favor enfriara bien las cervezas. No éramos muchos pero fue una noche larga. Afuera ya había salido el sol. Menos mal que entre la cama y yo mediaban solamente dos pisos.

En el segundo hay habitaciones con baño privado y cable. En mi opinión las peores del hotel. Se escucha todo el kilombo que vine de la boite, el agua de la ducha nunca llega a estar lo suficientemente caliente como para que la idea de tener baño propio tenga algún tipo de peso. Por otro lado, ninguna habitación tiene ventana a la calle.

En el tercero hay, pero todas son triples o cuádruples, y con baño compartido. La vez anterior, a Marichi y a mí, nos había tocado la 203, ventanal de pared a pared con vista a la ciudad. Desde el primer día Marichi y Caro, la chica con la que compartimos la habitación, cambiaron los muebles de lugar de manera tal que al despertarnos la visión de las tres siempre diera hacia el oeste. El silloncito que nos robamos del pasillo también, siempre de frente al ventanal. Cuando oscurecía y las luces del alto empezaban a encenderse daban ganas de sentarse a tomar mate y no salir más.

Están las favoritas, pero hay una que siempre es la mejor. La habitación 305. Último piso, alejado del ruido y con ventana y acceso directo a la terraza. Treinta metros de ancho por cincuenta de largo es mucho más que un punto panorámico. De derecha a izquierda, la fábrica de cerveza y la terminal de omnibus. De frente, las dos cúpulas de la iglesia San Francisco, el mercado Lanza , los barrios que se extienden hasta el filo del cerro, y las antenas. Intento imaginar el mismo paisaje desurbanizado, en estado de naturaleza, y veo la cordillera de los andes.

Durante enero y febrero del 2007, la 305 y la terraza, fue territorio exclusivo de un chino y una brasilera, una pareja bastante tumba que finalmente resultaron ser los ladrones de la cámara de Marichi. Cuando Javi quiso entrar y revisarles la habitación, se negaron con la excusa de que tenían mucha cocaina en la habitación y eran inmigrantes ilegales. El chino estaba completamente sacado y decía que si llegaba la policía nos iba a matar a todos. Finalmente Javi decidió echarlos, era lo mínimo y lo máximo que podía hacer, y los muy guachos se mudaron al hotel Norte, en la otra cuadra. Los cruzamos un par de veces en la calle y nos puteamos de vereda a vereda. Qué hijos de puta. De la cámara nunca más supimos nada.


Al la vuelta del viaje a Sorata, Marílina y yo decidimos tomar posesión de la 305 y alrededores. Después de año nuevo hasta que llegó Bruno, la compartimos Marí y yo; los díez días que le siguieron Mari la compartió con Bruno, y cuando ellos se fueron a Copacabana, por una semana, yo la compartí con Nacho. El fuerte de la habitación es definitivamente la ventana. Hoy es el primer día que la tengo toda para mí.

De adentro hacia afuera, tres hojas de vidrio repartido, y la cortina abierta de par en par. La ropa tendida, y el paisaje de una ciudad vista desde un cuarto piso. La maqueta miniatura de una civilización que se extiende hacia lo alto, por encima de las nubes. Miles y miles de años de ladrillo hueco, casas de adobe y paja, techo de chapa, y fachadas de color. Una obra arquitectónica producto de la naturaleza humana.

De afuera hacia adentro, la canilla pierde agua y la pileta está rota. Las gotas caen solas al ritmo de las ideas. Una por una laten en la cabeza en seis por ocho. Falta un poco todavía para el oxigeno. Prendo un cigarrillo detrás del otro. Cuento las bladosas. Cuarenta y ocho son más que un tablero de ajedrez. La piezas están vacías. Nacho volvió a Buenos Aires, y Marilina y Bruno están en Coroico. La puerta está cerrada con traba.

El espacio es amplio y con pocos muebles. La cama está ubicada frente a la ventana y la mesa, que la mayor parte del tiempo hace de escritorio. Las sábanas están revueltas y el piso necesita una barrida. A la derecha de la cama, hay una mesita de luz. A la izquierda, el mismo silloncito de dos cuerpos que nos habíamos robado el año anterior. A la derecha de la ventana, hay un perchero de madera del que cuelga una campera naranja, un buzo con capucha violeta y un chal celeste lavanda. El resto de la ropa está en la valija. La mitad, hecha un bollo y sucia, y la otra, limpia pero arrugada.

El día se acaba en la tarde de un día que amaneció nublado. Salgo a la terraza a fumar un cigarrillo y me asomo a la baranda.

De arriba hacia el abajo, en el centro no anochece. La campana de la iglesia canta las seis y media. Una luz blanca, espesa y fría, se apodera de los colores y de todas las formas, y de las horas del fluir bohemio. El humo que traga no se parece al de un Gitans
. Es una nube tóxica y oscura que se respira cada vez que el colectivo para en la esquina frena y vuelve a arrancar.

5 comentarios:

m dijo...

¿Tocaron allá? ¿Qué qué les pasa a los bolivianos cuando tocan?

m dijo...

Está buena la crónica.

Anónimo dijo...

hola m! sí estuvimos tocando acá, en La Paz. algunos deliran diciendo que era jazz, otros trova, pero a los que más les va es a las parejitas. Siempre nos compraban el disco!

m dijo...

Qué grosso. Pocas definiciones les va mejor que "jazz andino".
¡Felicitaciones!

Nieva en tu cerebro dijo...

jazz andino, está bueno. pero suena a más de lo que es. gracias m!