jueves, 7 de enero de 2010

II- Ciudades frotera

Yo tenía entendido que todas las ciudades frontera, además de ser peligrosas debido al contrabando, eran feas por carecer de identidad, que lo más recomendable era abandonarlas lo más rápido posible. Tenía el recuerdo, por otra parte, de que Villazón era una ciudad muy sucia, al igual que Yacuiba, o Ciudad del Este.

Pero esta vez mi experiencia fue otra. Llevo días intentando describir esa sensación pero no puedo. Plenitud total. Pero no porque tuviera mucho. Todo lo contrario.

No sé. Tal vez haya sido porque estabamos de paso, o simplemente porque no nos había quedado otra opción.

Ni Mari ni yo habíamos tenido en cuenta que básicamente toda la comunidad boliviana que vive en Argentina también iba a querer llegar a La Paz antes del veinticuatro, para pasar las fiestas y visitar a sus familiares.

Ya en la cola de migraciones se rumoreaba no sólo que no había pasajes para ese mismo día sino que además, debido a la enorme demanda, costaban un cincuenta por ciento más del valor normal.


Tal vez haya sido porque estábamos cansadas. Después de haber viajado un día y medio, y tener por delante veinticuatro horas más hasta llegar a la Paz, nada mejor que una buena ducha, unas cervezas y a la cama.


Nos alojamos en el primer hotel que encontramos más o menos decente, más o menos deprimente, pero bastante limpio y con agua caliente. Caro, en relación a lo que se paga por una habitación doble con baño compartido en cualquier otra parte de Bolivia. Pero a esa altura no nos importó.


Quizás haya sido por el clima. Una vez que el sol bajó, la temperatura cambió significativamente y tuve que pelar buzo, campera, medias y las All Stars nuevas que Diego me había regalado un día antes de salir de Buenos Aires. Estaban nuevas, la suela y los cordones blancos las delataba. Cuando salí de la ducha y me miré en el espejo no me reconocí: entre las zapatillas y el jean, también nuevo, un poco ancho, me sentía otra persona. Un poco como Giuliana con las zapatillas del Negro, y los pantalones que le había dejado el hermano, ambos, antes de irse a vivir a España. Un poco gringa también, por los cachetitos y la nariz colorados, y por la mochila medio pro que me había tenido que comprar para cargar mi laptop. No estoy acostumbrada a usar mochila, no me gustan las mochilas. Tampoco los jeans tan anchos.Tal vez ese día yo no haya sido yo; o quizás nadie en las ciudades frontera sea realmente uno.



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