sábado, 16 de enero de 2010

III- El inca

Hace tres noches que sueño que todavía vivo en Lomas. No es exactamente una pesadilla, pero al despertarme siento un alivio importante. Intento reconstruirlos en imágenes pero sólo consigo retener una sensación: la misma que generan esos sueños en los que uno de repente se da cuenta de que no ha terminado la escuela secundaria o de que tiene materias pendientes. Analizo la última frase, imagino que se la cuento a mi terapeuta y luego de darle un par de vueltas a la cuestión llego a la conclusión de que si bien mi cuerpo está yendo hacia otro lado, mi mente, en sueños, aún no ha cruzado la frontera e insiste en que me aferrare a mi lugar de origen, a la infancia.


Miro a Marilina que duerme en el asiento que da a la ventanilla, tapada con una campera hasta los hombros y un pañuelo alrededor de la cabeza que le cubren los ojos de la claridad del nuevo día. Deben ser las seis o siete de la mañana. Todos los pasajeros, salvo el señor que está sentado a mi derecha, siguen durmiendo. El hombre reclina el asiento hacia adelante, se acomoda el pelo con las manos y se pone una gorra con visera negra. Mira hacia su derecha para asegurarse de que el cuerpo entero de su nieto, un niño de unos ocho años, esté completamente cubierto con la manta.


La mayoría de los pasajeros viajan con sus propias frasadas. Ahora me doy cuenta que parte de esos grandes bultos que cargaban eran frasadas. El resto es comida, paquetes enormes de pan de leche, cajas de pan dulce navideños, bolsas gigantes de cereal inflado.


Siento ganas de ir al baño pero me acuerdo de que este micro no tienen baño, ni aire acondicionado, ni televisor, ni nada. La empresa se llama El Inca, la única compañía que tenía pasajes disponibles para ese día. Se supone que hay otras que tienen baño pero generalmente están clausurados. Así que es lo mismo, o mejor. Qué sé yo... Giro la cabeza hacia el pasillo, y veo que los dos hombres que ayer viajaban parados, sin asiento, lograron acomodarse en el piso y dormir.


Son las ocho de la mañana. No tengo hambre. En la parada de la noche anterior, Mari y yo comimos tres salteñas y una cerveza cada una. Las salteñas las compramos en Villazón sabiendo que en las paradas sólo se consigue pollo a la broster o hamburguesas de la peor carne de res. No recuerdo el nombre del pueblo en el que paramos para cenar pero puedo decir que era sumamente pobre, con calles de tierra y zanjas llenas de basura. Mari y yo nos sentamos en el escalón del almacencito donde compramos las cervezas, junto a un perro medio sarnoso, y comimos contemplando la miseria. Inmediatamente intentamos imaginar a Bruno, a María, Cons y Maga -que se supone, se van a encontrar con nosotras en un par de semanas- solos, en el medio de esa nada con gesto de pánico. Imaginamos quiénes de nuestros amigos podrían sobrevivir a esa parada sin espantarse y sólo Marichi había quedado en la lista.


Tengo sed. La botella de agua mineral está arriba, entre los instrumentos, y en el termo hay agua como para dos o tres mates más. Pero no me animo a agregar más líquido a mi vegiga. No sé siquiera si el micro hará una parada más antes de llegar a La Paz.


Un rato más tarde, siento uno ojos enormes que me miran. Son los de Marilina . Se acaba de despertar por el bullicio general, el llanto de los niños que están sentados atrás, la cumbia tropical que proviene de un celular. Muchos de los pasajeros ya despiertos también empiezan a acomodar sus bulto y las frasadas, como si faltara poco para llegar.


Le pregunto al hombre que está sentado a mi derecha, no al abuelo del niño, al tío de los otros dos que dormían atrás y que ahora juegan con una computadora de juguete que hace mucho ruido. Me dice que más o menos cuatro horas. Mari me hace un gesto de que no da más y se cubre otra vez con la campera.


No logra dormirse. Una mujer que apareció como de la nada se para en el medio del pasillo y pide a los pasajeros cinco minutos de nuestra atención. De una valija saca un recorte de una revista tipo Anteojito, antigua y con colores muy saturados, y nos explica cuáles son las consecuencias para las mujeres de tener que lavar mucha ropa a mano y con agua fría. Habla de artritis y nos muestra unas imágenes horribles de manos, pies y rodillas deformadas.

Después muestra para todos otro recorte y habla de las malas costumbres alimenticias, de la falta de higiene y de aquellos que a veces duermen con la boca abierta. Nos da cátedra sobre todo tipo de parácitos, y señala, en voz baja y cómplice, una mujer que en ese momento está durmiendo con la boca abierta con el fin de informarnos acerca de unas de las maneras más comunes en que los parásitos ingresan en el sistema intestinal.

Por un momento pienso que está dando un discurso de corte social pero finalmente saca de la misma valija un sobre de papel, también con ilustraciones y un diseño muy antiguo, lo abre y nos muestra a todos una pomada a base de coca y otra a base de salvia. Explica cómo y de qué manera hay que aplicársela. Habla de las virtudes de estas cremas, también para el dolor de cabeza que produce la altura.

La manera de llevar la charla es muy interactiva, va haciendo preguntas del estilo, diganme señores pasajeros ¿cuántes veces al año ustedes se hacen un lavado de estómago? “Una vez al año, dice el señor”. “Acá la señora dice cuatro veces al año”.

La mujer, que ya a esta altura de su discurso sabemos es una promotora de las pomadas, los regaña, nos regaña.


-¿No ve? Una vez al mes, señoras y señores. Una vez al mes hay que hacerse un lavado de estómago si no quieren convivir con la tenía-. Saca de la valija otro sobre y nos lo muestra. Éste en cambio contiene un polvo a base de un cactus y otras hierbas medicinales que, según nos recomienda la mujer, hay que diluir en jugo de alguna fruta o en leche caliente, y tomar en ayunas. Dos dosis para los adultos, media para niños.


-Como ustedes pueden ver en el dorso, estos productos son fabricados en Cochabamba, y el valor de cada uno en las farmacias es de ocho bolivianos. En esta oportunidad yo se los voy a entregar a un precio único de cinco bolivianos.


La mujer ahora camina por el pasillo desde el frente hacia atrás entregándonos a cada uno de los pasajeros los productos: la pomada de coca, la de salvia y el polvo de cactus.


-En esta oportunidad, señores y señoras, y sólo en esta oportunidad, repito, van a llevar los dos productos al valor de uno.


Mientras la mujer avanza a la lo largo del pasillo, sigue interpelando a sus interlocutores, a nosotros, futuros compradores, próximos consumidores de un producto que ya a todos nos parece imprescindible para la salud.

Mari y yo notamos que los pasajeros siguen participando activamente. El señor de la gorra negra que viaja con su nieto, por ejemplo, asiente o niega según corresponda a todas las preguntas de la vendedora.


-Y el tercero: el tercero, señoras y señores, en agradecimiento a su enorme atención, se los voy a regalar.


Todos tenemos los productos en nuestras manos. Mari y yo miramos las ilustraciones sobre artritis y sobre los distintos tipo de parásitos que también aparecen en la parte de atrás de los sobres. Aunque el diseño es muy antiguo y le quita seriedad a la cuestión, las imágenes nos resultan muy imprecionantes.

Rápidamente el producto empieza a agotarse, y a medida que la mujer hace la entrega, nos lo va haciendo saber. Presas de su discurso, Mari y yo decidimos, también, llevar la promoción de los dos productos a precio de uno, más el tercero de regalo.


* * * * * * * * * * *


Miro la hora en el reloj del celular. Marca las doce, pero en realidad son las once. Analizo la última frase, imagino que se la cuento a Bruno. Él se asombra y me da la razón: no tiene ningún sentido. Es que...Es la hora. Porque en realidad no son dulces, son saladas. Ah, mirá vos. Claro, porque podrían haber sido dulces, y bueno, sí, qué sé yo, más safables. Bah, ni idea, tal vez es peor que sean dulces. ¿Ustedes las comieron? No. Es muy temprano. ¿Y a otra hora? No hay. Ah, ¿sí? ¿Es así entonces? Sí, así. Algo me habían comentado pero ni idea viste. Pensé que era un mito, como el de los chinos y las ratas o los cuises... cuises son ¿no? Sí. Igual un cuis es distinto. No te imagines una rata grande, ¿eh? No, no, te digo porque hay gente que hace esa comparación. Para mí, no sé para vos, para mí, es disitinto. Es mucho más grande, sí, tipo liebre. Pero la diferencia es qué los cuises no comen mierda, andan en el campo, comen hierbas, pastitos. Es otra cuestión.

Quisás son patas de gallina, rebosadas. Sí, ¿no? Tienen como la forma, por las uñitas...Pero pará: ¿vos viste el color de los pollos? Mucho más amarillos. No te rías, boluda, ¿los viste? El otro día íbamos con Mari y pasamos por una especie de carnicería y, nada, boluda, mucho más amarillos. Un amarillo fuerte. Pará, ¿cuál es la diferencia entre el pollo y la gallina? Ay, Verónica. Ah, no sí, sí, ya me acordé. Ya tuve esta conversación con otra persona. Como un de javu. Sí pero con los cerdos y los chanchos. Es que hay tres palabras. Cerdo, Chanco, y la otra ¿cuál es? Porcino? No, otra. Sí, ya sé, pará, dejame pensar. De ja vu. ¿Otra vez? Sí. Es como el cordero y la vaca. Sí, como novillo y ternera. Esos son cortes, me parece. No boluda, es una forma de seleccionar la carne. Un corte es más tierno que el otro. Las carnes viejas son más duras, bah, como con mucho nervio.

¿Y esas cosas redondas? Croquetas de papa. ¿Rellenas? Creo que sí. Están buenas, boluda. ¿Qué tienen de relleno? No sé, queso. Pero no sé. Tal vez traen carne. Charqui, carne secada al sol. Como el relleno de las humitas. De los tamales. Las humitas no traen relleno de carne, esos son los tamales que también son de maíz. Ah, yo pensaba que las humitas eran de choclo. Sí, maíz, choclo, es lo mismo. Pero en realidad, son dulces, no saladas. Ah, mirá vos. Menos mal que me lo decis porque a mí lo agridulce no me va. Lo probé y todo, pero no. No sé porqué... Pará, ¿cuáles son la dulces entonces? ¿Le pregunto qué son? No, no, dejá. Le pregunto si son de pollo, ¿cuál hay? No, no, dejá. Ya fue.


* * * * * * * * * * *


¿La mujer se bajó en el medio de ruta? ¿O viajaba con nosotros? ¿Se sube a otro micro y vuelve? ¿O se toma otro y va, vendiendo? Vendió bastante. El señor le compró pero no lo vi comer. ¿Lo guardará para después? ¿Faltará mucho para llegar?

Le pregunto a Mari a dónde subió la mujer o si era una pasajera y todo el tiempo viajó con esa bolsa de comida. Ella me dice que no, que la vió bajar en la parada anterior. ¿Cuál fue la parada anteriror? Yo quería ir al baño. No hubo parada para pasajeros. ¿Y este? Debe haber subido cuando la mujer bajó. Al final, la mina re vendió. La de la pomada, sí. La otra más o menos.

¿Y éste qué vende? Crucigramas. No, a ver. Juegos de ingenio. A ver... A éste no se le entiende nada. Habla re cerrado. Nada que ver con la mina. No va a vender nada. Ay, pobre. A pero mirá: ortografía para niños. Tal vez los de atrás... Para las vaciones...Ay, sí, que alguien le compre. Es que la mina la hizo re bien. Todo el mundo le compró a ella. Ojo, que yo todo eso que está pregutando, ni idea. Yo sí, pero por mi trabajo...Yo no tengo faltas... Pero las reglas, ni idea. Yo sí, pero por mi trabajo. Ah, ¿y un libro para aprender inglés? Compratelo. Re últil. No seas mala. ¿Por qué? Yo no estoy diciendo nada.


* * * * * * * * * * *


Yo le pregunto.


-Disculpame, qué es eso?

-....

-¿Es pollo frito?

-Digame, señorita.

-Eso, que estaba vendiendo la señora, ¿qué era? ¿croquetas de papa?

-Patitas de oveja.

-Ahhhhh, de oveja.

- y relleno de papa o de arroz, también. Hay.

-Ahhhhh, muchas gracias, ¿eh?


* * * * * * * * * * *


-Patitas de oveja eran.

-¿de oveja?

- sí, rebosadas.

-Che, guarda. Levantá tu mochila, porque... Mirá.

-qué

-vas a ver

-¿están meando en un vaso?

-Sì, escuchá. Los nenes. Atrás.



* * * * * * * * * * *


-¿Y esto? ¿Será el alto?

-No. Para mí falta.

-Pero se baja gente...

-Bueno, no sé

-(...)

-(...)


* * * * * * * * * * *


Falta, señorita. Una hora más, me dice el señor de gorra negra. Uh, ah, bueno. Gracias ¿eh? ¿Qué hacemos? ¿Tomamos mate? Tomamos mate. Yo necesitaba ir al baño pero bueno, dos mates. ¿El agua está caliente? Tres mates, un poco fríos. El agua ya está fría. Hay que pedir que la hievan porque si no te la dan fría. Aguantó bastante bien... Porque le dije que me la diera hervida... Preferible.... Igual, ya tener mate.... Te salva....

Tengo hambre. Ahora sí. A ver si tengo señal... Hay. Mirá vos, tengo señal. Podría mandar un mensaje a mis viejos, a ver si me deja.... No, mejor después. A la tarde. Es lo mismo. Todavía nos llegamos. ¿Qué día es? Lunes 21, martes 22, miércoles 23, jueves 24. Cuatro días y tres noches. En ese sentido falta poco. Quiero llegar y bañarme. Y después comer. Hoy es noche buena. Quiero ver todas las luces, ver bajar el sol, prenderse todas las del alto.



No hay comentarios: