jueves, 4 de septiembre de 2008

La voz humana


(Ilustración Carlos Egan)

Ah, sos vos. No, no te preocupes. Sólo a una perra como vos se le ocurre llamar a estas horas.
No, no dormía. No te voy a decir que soñaba con vos, que tenías el pelo largo hasta la cintura. Yo quería peinarte y vos, para hacerte desear, te lo recogías y, después, cuando te miraba el lunar que tenés en la nuca, te lo volvías a soltar.
Estaba terminando unos informes para el laboratorio. Estábamos en el laboratorio de Azcuénaga. Yo trabajaba y vos le dabas de comer a los peces que están en la recepción.
Qué voz tenés. Voz de maltrato. Seguro me vas a pedir que vaya a buscarte. Pero olvidate, nena, hoy no.
¿Cómo estás? Mal o aburrida. Si no, no me llamarías. Pero ¿sabés algo? yo no soy tu bufón. A mí me gusta cuando nos reímos juntos, como la vez que me pediste que me ponga esas medias largas tuyas y que baile como un mariposón. Yo me reía de vos riéndote de esa manera y me salía mal el bailecito, ¿te acordás?
¿Qué pasó? Lo llamaste y no te atendió. Cuando atiende el contestador es porque está con otra. A medio vestir, te tomaste un taxi y tocaste el timbre hasta que abrió. Te hizo pasar para que te calmaras. Si estaba con María, te dio merca y te hizo pasar al cuarto. O abrió una botella de whisky y le pidió que te maquillara, que te quitara las ojeras de nena caprichosa. O, tal vez...
¿Cómo? Sí, sí, te estoy escuchando. Dale, ¿entonces? ¿fuiste o no fuiste? O, te quedaste en el molde como la señorita que sos, te miraste en el espejo y te deprimiste porque te diste cuenta de que el poco culo que tenés se te está cayendo.
¿Y para qué llamó, entonces? Para que no vayas, sabe la que le espera. Y vos te pusiste a gritarle con esa voz de chicharra que ponés cuando llorás por teléfono. Él, imperturbable, te dejó monologuear un rato mientras encendía un cigarrillo. Porque, también, con una mujer como vos, hay que tener mucha paciencia.
Sí, volví a fumar. Dale, seguí, ¿qué más te dijo? En el sueño yo te miraba la nuca, te miraba el lunar que tenés en la nuca. Ése que siempre me da ganas de metérmelo entre los dientes, de succionártelo hasta que los dientes se me tiñan de azul. Porque tu sangre, seguro, es azul como el agua de la pecera del laboratorio.
A mí me parece que no tenés que ir. Siempre el mismo verso, y después te deja por la primera pendeja que se le cruza en el camino. Porque tu culo ya no le gusta. Y ¿sabés algo? a mí tampoco. ¿Me escuchás? ¡A mí tampoco me gusta tu culo! Te digo que me gusta para que te quedes conmigo. Pero ¿sabés qué? Tenés culo de vieja decadente, como esas mujeres de las pinturas de Egon Schiele.
No entiendo entonces, ¿por qué te angustiás? Gata Flora. Y cuando llorás me pedís que te lleve a ver los peces y que te bese la nuca y después el lunar; que te succione los ojos hasta que el agua de la pecera se tiña de rojo. Porque yo sé que tus lágrimas son de sangre, son de dolor.
¿Por mí? No te digo, gata Flora. Resulta que gritás por él y llorás por mí. Por favor, Laura, no vayas. Voy a buscarte y te venís a mi casa. ¿Sí?
Laura, no te preocupes por mí. Yo voy a estar bien. Laura, si venís a casa, te voy a comprar una pecera gigante con peces de miles de colores. ¿Me escuchás? ¡Una pecera gigante!
No, Laura. ¡No llores! Ya no nos necesitamos. Laura, te necesito. Tal vez llorar juntos sea mejor para los dos.
No, cómo me voy a olvidar de vos. No me quiero olvidar de vos. Laura si me dejás me voy a volver loco. ¿Me escuchás? ¡Loco!
No, Laura. Claro que podés llamarme de vez en cuando. No, no me llames, escuchame ahora. ¿Me escuchás?
Chau, Laura. Laura, no cortes todavía. ¿Me escuchás? Tengo cosas que decirte.¿Me escuchás, Laura?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Así, tal cual. Buenísimo
¿quién quiere ser Laura?
María E.

Anónimo dijo...

Buenísimo, aunque me siento muy identificado.
Un abrazo

Fedex