sábado, 22 de agosto de 2009

El padre

"¿qué le diré a mis hijos,

que yo no soy capaz?"

(Los niños y los locos)


Buenas noches, Doctor. ¿Cómo le va? Qué dice, qué cuenta. Me agarra haciendo tribunales, como dicen ustedes. Esta mañana me llamaron del juzgado diciendo que ya estaba el edicto de remate de la propiedad de Lombardi, pero no sé qué pasa hoy. Mucha seguridad, muchos perros. A mí no me quisieron dejar entrar. Y acá me tiene: esperando. Ahora, mire como son las cosas, justamente ayer, pensé en llamarlo. Nada urgente, nada grave. Algunas consultitas, como todos los años, para no perder la cordialidad. ¿Le dije que cambiamos de oficina? No sé si usted se acuerda que la semana pasada estábamos en la calle Uruguay, frente al kiosco de revistas. Bueno, nos mudamos a la calle Talcahuano.

El tema me tiene un poco preocupado. De eso también quería hablarle. De mi socio. Se mete donde no se tiene que meter. No sé si me explico, doctor: las cosas se están complicando. De todas maneras, no quisiera entretenerlo más con esto ahora, ¿le molestaría dejarme su tarjeta? Ando sin nada encima y mi secretaria vuelve de vacaciones recién el próximo martes. La verdad es que sin ella me siento un poco perdido. Usted entiende lo que le quiero decir.

Soy un hombre grande, de experiencia. Treinta y ocho años en el rubro. ¿Tiene idea de lo que significa administrar un consorcio? ¿Se imagina la cantidad de problemas que surgen a diario en una propiedad horizontal? ¿Qué edad tiene usted? Calcule, podría ser mi hijo. Nahuel también quería meterse en abogacía pero en esa época yo lo necesitaba trabajando conmigo. Eso mi mujer no me lo va a perdonar nunca. Ojo que a Nahuel le va muy bien. Tiene una inmobiliaria grande, allá, por Beccar. Lindo negocio se armó. Escúcheme, pibe, yo sé que debe andar con poco tiempo pero la verdad es que me gustaría hablar con usted. Estoy preocupado.

A ver espere. No mire. Le pido discreción. En la vereda de enfrente está mi socio. Ahí, en el kiosco. ¡No se de vuelta! Venga. Sígame. Déjeme invitarle un café. En la otra cuadra hay un bar donde vamos a poder hablar más tranquilos. Cuénteme, disimule, ¿cómo andan los suyos? ¿Las mujeres? ¿Los viajes? La otra vez me acordaba de usted porque mi hijo Nahuel también suele irse de vacaciones a lugares raros. A la India dice que se quiere ir este año. Parece que a través de un amigo consigue unos pasajes muy baratos. ¿A la India le digo yo? Sí, me dice, viejo, a la India. Está bien, le digo, si a vos te gusta. Ya está grande, tiene su plata, hace su negocio. Y dígame, pibe, usted conoce la India?

Entre, pasé, disimule, que todo está en orden. Me parece que mi socio no nos vio. Pida lo que quiera. Yo lo invito. Dese el gusto. En una época venía mucho a este bar porque el dueño era amigo mío. Murió hace unos años. Nahuel se llamaba también, como mi hijo. Murió joven. Mire como son las cosas, cuando yo lo conocí era el portero de un edificio que administrábamos nosotros, en Vicente López. Los vecinos querían sacárselo de encima porque les costaba caro mantenerlo. Yo le decía al presidente del consorcio, no lo echen, traten de charlar. El Suther no es joda. Van a tener que ponerse. Me entiende lo que le digo, ¿no? Mucha plata se llevó mi amigo. Y bueno, se compró este bar. Flor de bar.

Y después, sí. Le gustaba el juego. Las cartas. Y le daba al pucho también. ¿Usted fuma, pibe? ¿Me convida uno? Ahh. Y bueh... Qué va a ser… Hacía tiempo que no pensaba en Nahuel. Usted sabe que el tipo había quedado tan agradecido conmigo que cada vez que traía a mi pibe lo atendían como a un rey. Que submarino, que tostado de jamón y queso. De todo nos van a traer. Vas ver.

Mirá qué casualidad, ese que está en la puerta es mi hijo. Te pido discreción. De lo que te conté, ni una palabra. Nahuel, querido, acá. Uh, qué raro. Siguió de largo. No me debe haber reconocido. Es de andar distraído, con muchas cosas en la cabeza. ¿Y vos? ¿Ya te decidiste? ¿Querés un submarino? Te traen la leche caliente y la barrita aparte. Yo me voy a pedir un cafecito, nada más. Cuánto tardan en atendernos, ¿no? ¿El baño estará muy sucio? No es que me quiera hacer el exquisito pero hay baños de dan asco. Prefiero mear en la calle. Usted, doctor, ¿qué prefiere?

Discúlpeme. Estoy preocupado. Yo no soy de andar pidiendo favores, pero mireme bien, pibe. Así no me van a dejar entrar al juzgado. Con la camisa arrugada y el cuello sucio. Hágame un favor. Llamé usted al mozo, que a mí no me dan bolilla. ¿Será posible? Una vez que me viene a visitar mi hijo, y nadie le ofrece nada. Qué los parió. Dejá, pibe. Nos vamos. Cuando necesiten un martillero, ya te vana a venir a llamar. Caro les va a costar. Vení, salí. Agarremos por acá. Que en la otra cuadra está el bar de Nahuel. Vos no te debés acordar porque eras chico, pero este hombre era el encargado de un edificio que administrábamos nosotros con tu tío. Vas a saber que te va a querer enseñar a jugar a las cartas. Vos decile todo que no, ¿eh? No hay que abusarse. Un cafecito y nada más. ¿Sabés qué pasa, pibe? Yo preferiría que habláramos de esto en privado. Las cosas se están complicando. Ella y mi socio. La semana pasada me cambiaron la cerradura de la oficina y ahora no puedo entrar. No me dejan agarrar mis cosas. Mi agenda, el expediente de Lombardi. Mucha seguridad, muchos perros. Algo está pasando.

Yo no quise llamarte antes porque... ¿Para qué te iba andar jodiendo? Me había olvidado que eras abogado. Que sé yo. Con la cosa que no me visitabas me fui olvidando. De esto a tu madre, nada. ¿Me entendiste, no? No quiero que se haga mala sangre. Decile que se quede tranquila que yo en un par de días voy a volver a casa. Explicale que no me puedo mover de acá. Tengo que esperar a que el juez dictamine. Cuando todo esté solucionado nos vamos a ir de vacaciones todos juntos. Vas a ver, flor de viaje nos vamos dar.

No hay comentarios: