domingo, 24 de agosto de 2008

Mala junta VI: Mitad hombre, mitad animal

Unos días antes de que naciera Edmundo, Sabrina tuvo varios sueños extraños. A mitad de semana me llamó para contarme uno en el que yo, se podría decir, tenía un rol protagónico.
No sabía si contártelo, me confesó. Todavía no terminó de entender porqué, a mí me encantó.
En el sueño me pedías que te acompañara a hacer un trámite, pasó a relatar mi amiga -que me conoce desde hace más de veinticinco años, y a quien en más de una oportunidad, durante la adolescencia, había llevado engañada a lugares insólitos con la excusa de un paseo en auto. Entrábamos en un edificio enorme con miles de oficinas. El edificio, oscuro y de pasillos largos, estaba medio abandonado y lo recorríamos sin llegar nunca a ningún lugar. En un momento se abría la puerta de un ascensor y alguien te agarraba de los pelos y te metía adentro, cerraba la puerta y te raptaba. Yo gritaba de miedo y desesperación. Horas, o días o meses después, no lo tenía muy claro, la policía y los bomberos rodeaban el edificio intentando un rescate, cuando de repente de la puerta principal salías vos, con la ropa totalmente tajeada, sucia y llena de sangre, convertida en una mujer salvaje. Tenías los ojos desorbitados, la mirada perdida, y en la mano derecha la cabeza degollada del raptor.
Uaaaau, le dije, me encanta. ¿Por qué tenías miedo de contármelo? ¿Vos qué pensabas en el sueño?
No sé, dudó ante mi entusiasmo inesperado, yo me alegraba porque te habías salvado, pero no había vuelta atrás, te habías convertido en una mujer salvaje, mitad humano - mitad animal. Incluso, me parece, que no sólo le habías cortado la cabeza sino que te lo habías comido. No entiendo porqué te gusta, era bastante terrible.
Sí, puede ser. Pero así como vos me lo contás parece un relato canibalista de Andrés Caicedo, en el que yo soy nada más y nada menos que la heroína. Además me es revelador. Me hace pensar que sería capaz de hacer cualquier cosa por conservar mi libertad.
Mse, mse. Me dijo Sabrina y cortamos, ambas teníamos cosas que hacer.
El sueño me quedó dando vueltas en la cabeza varios días, se lo conté a todo el mundo y aún hoy sigo fascinada. Ya no tanto por el gesto heróico. Sino porque cada día me convenzo más de que la libertad empieza por la aceptación total de lo que uno realmente es.

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